Que un individuo profese una religión o una ideología política es un asunto privado. Allá cada cual MIENTRAS NO INTENTE IMPONERLO a los demás. En cambio, un Estado debe ser laico en los dos sentidos; laico y sin ideología. La única ideología obligatoria para gobernar es el pragmatismo. Con las palabras "Los éxitos prácticos" comienza el siguiente artículo y de eso se trata cuando de gobernar hablamos. Los gobiernos deben gestionar para el común y punto. Si un gobierno trabaja por el interés de todos, tomará decisiones que otros irán etiquetando (como medidas socialistas, medidas liberales, etc.) pero cuyo etiquetado no tiene ningún interés, el interés está en que sean PRÁCTICAS y en que busquen ACERTAR, dando un paso hacia delante y mejorando lo que hubiera antes, EN BENEFICIO DE TODOS. Por otro lado, el Estado, por ser laico no dejará de reconocer y defender la propia personalidad del Ente que gestiona, su pasado y su historia. El Estado y sus gobiernos no están para cambiar lo fundamental. Los gobernantes no lo son para inventarse una nación nueva (o varias) sino para administrar lo que han recibido, sin usurpar atribuciones que no les corresponden.
EXACTAMENTE LO CONTRARIO DE LO QUE SE HA VENIDO HACIENDO
Por qué el franquismo no podía continuar
Los éxitos prácticos del franquismo han sido, indudablemente, los más importantes, con mucho, que haya tenido España desde la Guerra de Independencia. Los he resumido en varias ocasiones y no lo repetiré ahora. Ello plantea la cuestión de por qué, entonces, no resistió a la muerte de Franco y por qué su clase política se suicidó, por así decir, para dejar paso a una democracia liberal.
En España contra España he mantenido la tesis de que la Restauración cayó, en última instancia, por la defección antiliberal de una intelectualidad de “gárrulos sofistas”, según denunciaba Menéndez Pelayo, con pose de radicalismo y absurda retórica regneracionista. Un sistema político no puede durar hoy sin un respaldo intelectual sólido. El caso del franquismo no es igual, pero tiene semejanzas. Tras una difícil guerra, no quedó claro si el gobierno vencedor debía considerarse un expediente pasajero para resolver una tremenda crisis histórica (una dictadura peculiar), o bien un sistema superador del liberalismo y del socialismo. Predominaba entonces, desde luego, la segunda posición, y una de las medidas del franquismo consistió, como recuerdo en Años de hierro, en la creación de un Instituto de Estudios Políticos , que contaría con inteletuales relevantes como Ramón Carande, Melchor Fernández Almagro, José Antonio Maravall, etc. El Instituto dio lugar a obras importantes como La idea de España en le Edad Media, pero su labor fue dispersa y en definitiva, observará Serrano Suñer, “nunca cumplió la misión que se le había atribuido, a saber: la explicación doctrinal del régimen, una articulación teórica del ejercicio del poder”.
De este modo la fundamentación intelectual del régimen resultó endeble. Se elaboró o más bien se reprodujo, la idea de una “democracia orgánica”, sin partidos, apoyada en “sociedades naturales” pero por naturaleza poco políticas, como la familia o el sindicato, o de interés local como el municipio. La ideología, que no permaneció igual todo el tiempo, fue al principio católica y falangista, con roces entre la Falange y la Iglesia, sobre todo por el control de la enseñanza y del aparato ideológico. La doctrina falangista era ecléctica y de urgencia ante el peligro revolucionario, patriótica, próxima al fascismo italiano y con puntos importantes de contacto con las izquierdas (el nacional- sindicalismo); en cuanto al catolicismo – el régimen llegaría a declararse “católico” como su principal seña de identidad– no era realmente una doctrina política, aunque influyera sobre tales opciones. Contaba también, en plano más secundario, el tradicionalismo y su inveterada aversión al liberalismo. Era difícil hacer casar todas las piezas en lo que se llamó Movimiento Nacional, y si las discordias entre unos y otros no causaron serios problemas se debió a algunos acuerdos cruciales, como la defensa de la cultura cristiana, de la unidad de España, de la propiedad privada o de la familia tradicional; y quizá se debió más todavía a la autoridad incuestionada del mismo Franco. En una etapa más avanzada, las pretensiones ideológicas de primera hora del régimen fueron difuminándose por una orientación llamada tecnocrática, centrada en un acelerado desarrollo económico acompañado de una progresiva liberalización política.
La razón por la que duró tanto el franquismo radica, en un primer período, en el recuerdo traumático de la guerra civil y el completo desprestigio de la izquierda y del republicanismo. Casi nadie quería volver a la situación anterior, como demostró el maquis cuando fracasó por falta de arraigo popular, pese a organizarse en inmejorables “condiciones objetivas”, como decían los comunistas. El gobierno aseguró desde el principio la paz y la reconstrucción del país venciendo enormes dificultades internas y externas, y la gran mayoría de la población le mostró su apoyo. Los odios que habían desastrado a la república quedaron muy pronto olvidados y la reconciliación social se produjo sin excesivas dificultades, aun con la fuerte represión de primera hora. El respaldo popular al régimen permaneció luego por el extraordinario éxito de su política económica en sus últimos quince años. Una sociedad desarrollada, próspera y reconciliada, ideal para una democracia sin convulsiones, constituyó el legado del franquismo. De hecho, dentro de él solía señalarse que una democracia estable exigía un considerable nivel de renta, y España había ingresado en el club de los países con una renta per capita elevada. El europeísmo y acercamiento oficial a la CEE empujaban en la misma dirección.
Pero todos los triunfos prácticos no eliminaban el punto débil del régimen: su precaria fundamentación intelectual. Lo comprobábamos los antifranquistas de entonces –en general comunistas– en la universidad (alumnos y profesorado), donde nuestra retórica vencía fácilmente a la de los elementos de derecha, los cuales a menudo no ofrecían siquiera resistencia ideológica alguna. Este fue otro rasgo del franquismo tardío. No hubo nada parecido al “páramo cultural” que le achacan sus enemigos, pero también es cierto que la mayoría de los intelectuales y artistas le mostraban un creciente despego u oposición, tolerados dentro de ciertos límites.
Paradójicamente, a medida que el sistema aseguraba la prosperidad y se liberalizaba, la oposición se volvía más radical, violenta y terrorista (el fenómeno afectó a toda Europa Occidental y Usa). Peor aún, la Iglesia, a la que los nacionales habían salvado literalmente y que durante largo tiempo había respaldado a Franco, constituyendo su principal pilar ideológico, se volvió en gran parte contra él. El Vaticano II abrió una nueva etapa en la que el sector hegemónico de la Iglesia obró como factor de perturbación política y promoción de grupos comunistas, separatistas y terroristas. Con ello, las carencias intelectuales del régimen se agravaron. Problema añadido, y no menor precisamente, era la vejez del Caudillo, a quien todo el mundo consideraba irreemplazable. En la clase política se abrió paso la idea de que, de un modo u otro, era precisa una transición sin traumas a un sistema homologable a los de la CEE. Algunos trataron de retener las esencias de un franquismo sin Franco, pero no solo estaban en minoría sino que, por las razones dichas, tenían poco futuro. La semejanza con la Restauración parece clara, con la diferencia de que el pragmático franquismo, como última hazaña, logró una transición sin traumas. Aunque adoleciente, de modo característico, de escasa enjundia intelectual. No es casual que abandonase tan pronto la lucha por las ideas, confiado en que el peso de los hechos económicos y sociales mantuviera las aguas en su cauce evitando viejas epilepsias.
Y tampoco es casual que la gran mayoría de las amenazas que han deteriorado tanto la democracia, provengan del antifranquismo: terrorismo y colaboración con él, separatismos, corrosión de la independencia judicial, oleadas de corrupción, etc. La solución no está en una imposible vuelta al régimen anterior, sino en una regeneración nacional y democrática, construyendo sobre su invalorable legado.
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