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miércoles, 18 de diciembre de 2013

Conocer a Franco, nunca es tarde.


  • Desmoraliza la ignorancia voluntaria más que ninguna otra cosa. La última parte de mi vida me ha demostrado que mi sociedad, las personas con las que comparto este tiempo y este espacio, "prefiere cualquier mala mentira a una buena verdad", en cualquier caso.
    Ojalá esa característica se diera solo con la figura de Francisco Franco Bahamonde, pues esa sería solo una injusticia para con el personaje y - simplemente - lo apuntaríamos a la lista de tantos hombres y mujeres que hemos olvidado o que hemos archivado en un lugar equivocado.
    Conocer a Franco y admirarle es todo uno. Yo llegué tarde a eso, como a tantas cosas. No fue hasta cumplidos los 40ytantos que me interesé por la política de mi país (escandalizado por lo que veía), hace relativamente poco que fui sabiendo de Estados y de gobiernos, de sistemas y de ideologías. Hace solo unos años que he ido sabiendo de la España de la pre-guerra, de la guerra y de la pos-guerra. 
    Porque, querido lector, en la escuela NO NOS HABLARON DE TODO ESO. Fíjate bien, digo que "no nos hablaron", cosa que es muy diferente a decir que "nos hablaron muy bien de unos y muy mal de otros".
    En casa no se hablaba de eso, en la calle tampoco, ni en el trabajo. 
    Eran unas generaciones inteligentes, los que lo habían vivido. Al menos lo suficientemente inteligentes para saber que aquello HABÍA SIDO UNA GUERRA. Y guerra civil, para más desgracia. Era cuestión de dejarlo atrás sin ira, había que mirar hacia delante y, eso sí, aquellos hombres y mujeres, nuestros viejos, habían aprendido de la experiencia.
    Bueno, no hace falta que exponga aquí lo que hicimos luego los hijos de esas décadas de concordia y progreso. Dejo aquí un texto y animo a los menos "seguros de sí mismos y de todo en lo que creen" a que lean mucho, de ese hombre y de todos los hombres, de este autor y de todos los autores, de lo que se dice aquí y ahora y de lo que se dijo en otras partes o en otras épocas.   

    El historiador inglés, Paul Johnson ha caracterizado a Franco como “Uno de los hombres más inteligentes del siglo XX. Algún día el pueblo español lo colocará en el lugar que merece”.

    Se ha creado la leyenda de un PCE defensor de las libertades y la reconciliación. Pero no fue así.
    Muerto Franco, se planteó un cambio político con dos posturas básicas, llamadas ruptura y reforma. La ruptura, ansiada por la oposición, consistía en la condena e ilegitimación del franquismo para enlazar legalmente con la fantaseada democracia de la República y el Frente Popular. Por el contrario, la reforma tenía carácter evolutivo, de la ley a la ley, con reconocimiento de la legitimidad del franquismo.
    Ni los partidarios de la ruptura ni los de la reforma tenían tradición o pasado democrático, pero esta carencia tomaba formas distintas. La ruptura unía en un haz difuso (Junta y Plataforma) a comunistas, incluidos muchos maoístas, a separatistas, terroristas o proterroristas, pacifistas, marxistas (sobre todo el PSOE), cristianos progresistas, pacifistas, y personajes sueltos. Salvo los comunistas, ninguno había luchado realmente contra el régimen anterior, y bastantes procedían del mismo. 
  • Se ha creado la leyenda de un PCE -afín y amistoso con las democracias de Castro, Ceaucescu, Kim Il Sung o Honneke -defensor de las libertades y la reconciliación. No insistiré en que el carácter totalitario del marxismo, en torno al cual hacían de ayudas o comparsas casi todos los demás rupturistas, dándose plazos largos para sus fines. Como quedó de relieve en el ataque común contra Solzhenitsin, entre otros hechos. Más chocante es que personas y partidos realmente desconectados del pasado, quisieran creer en la República y el Frente Popular como paraísos de libertad destruidos por el fascismo, o que el franquismo no había hecho nada merecedor de conservarse. La peor aberración intelectual, de graves consecuencias políticas hasta hoy y condensada en la LMH, era la identificación de antifranquismo con democracia. Según tan cruda distorsión, los máximos representantes de la democracia serían los marxistas-leninistas y la ETA.
    Quien analice objetivamente la transición entenderá que, así como el Frente Popular fue la negación de cualquier democracia, los rupturistas que se sentían herederos de él no podrían traer ningún régimen de libertades y sí, con toda probabilidad, nuevas convulsiones políticas. Por fortuna, el grueso de la población, reconciliada, no admitía extremismos, y el cambio de régimen se produjo desde el régimen anterior, de la ley a la ley, con un rey nombrado por Franco, dirigentes franquistas, en especial dos jefes máximos del Movimiento, y autodisolución de la clase política en aras de una nueva época de mayores libertades para todos. Los rupturistas rechazaron el proceso, intentaron sabotearlo mediante una huelga general y el boicot al referéndum democratizador. Fracasaron, y la línea evolutiva recibió mucho mayor apoyo popular que cualquier otra iniciativa posterior, incluida la Constitución.
    Ni fascistas ni falangistas
    Ante todo, y contra tópicos de propaganda, el franquismo no fue fascista, ni siquiera falangista, y tampoco rígido, sino que supo adaptarse flexiblemente a las circunstancias cambiantes. En él había dos concepciones implícitas y opuestas. La primera era que el régimen superaba definitivamente a liberalismos y socialismos, y por tanto permanecería indefinidamente. Y la segunda se trataba de una solución extraordinaria a una crisis histórica extraordinaria también, y por tanto, desaparecería una vez cumplida la misión de superar las condiciones que lo originaron.
    La primera opción pareció factible en los años 40 e incluso 50, cuando el régimen desafió con éxito las enormes presiones del exterior, maquis y aislamiento. Pero su propio éxito lo encaminaba en otra dirección. El intento de crearse un fundamento doctrinal fracasó, la Falange nunca fue más que una corriente política entre otras, el propio régimen prefirió definirse como estado católico, y cuando la Iglesia lo abandonó desde mediados de los años 60, no quedó otra salida que la progresiva homologación con Europa occidental. Máxime cuando no surgía ninguna personalidad política con la talla y prestigio de Franco. El historiador inglés, Paul Johnson ha caracterizado a Franco como “Uno de los hombres más inteligentes del siglo XX. Algún día el pueblo español lo colocará en el lugar que merece”.
    Otro dato de trascendencia fue que mientras el régimen se liberalizaba, la oposición se tornaba más violenta y radical. Así, la ETA, surgida tardíamente, fue apoyada por casi todos los antifranquistas, un hecho importante para entender los problemas posteriores de la democracia. Evidentemente, el franquismo -el grueso de él- aceptaba la democratización con la impresión de que, pese a sus radicalismos, terrorismo y excesos verbales, la oposición rupturista ya no podría comportarse como sus predecesores del Frente Popular. Un cálculo que parecía razonable: aquella España había dejado atrás la miseria y sobre todo los odios devastadores de la República. Los irreconciliables eran minoritarios y, de momento, impotentes. Por primera vez en la historia era posible una democracia no convulsa, debida, además, a la propia evolución interna de España y no, como en casi toda Europa occidental, a la intervención militar de Usa. En principio, un logro histórico de primera magnitud.
  • La democracia procede del franquismo
  • PIO MOA

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