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Cuando un jardín te resulte triste y abandonado consuela al jardinero y aléjate del amo del lugar.

viernes, 31 de mayo de 2013

Del PCE español. De la bandera española, la fetén. De acosos


(¿Por qué están aceptadas como ciertas tantas mentiras, bien fáciles de retractar?. ¿Son los personajes públicos españoles y los periodistas analfabetos voluntarios y conscientes?. ¿No saben? o ¿no quieren saber?. El pueblo, ¿no ha leído nada de nada, nunca, aparte de lo que le hayan puesto delante?)
  

EN 1977, Carrillo pactó con Suárez la legalización del PCE a cambio de la lealtad a la Ley –es decir, a la Reforma franquista frente a la ruptura antifranquista- y de dos reconocimientos: el de la Corona y el de la bandera nacional, que desde el siglo XVIII y con todos los regímenes salvo el de la II República, ha sido y es la rojigualda. Nunca se insistirá bastante en que fue la bandera de la I República y que su escudo tradicional es el coronado por el Águila de San Juan de los Reyes Católicos, que incluye las armas de todos los reinos cristianos, el yugo y las flechas, símbolo de Ysabel y Fernando, las columnas de Hércules y el Plus Ultra, símbolo del descubrimiento de América. El escudo actual, feo y dinástico, es menos nacional que el del Águila, que nunca ha sido símbolo de victoria alguna, ni de Franco ni de nadie, sino de San Juan, «El Águila de Patmos». 
Que al escudo histórico se le llame preconstitucional, cuando preside la Constitución del 78, jurada y plebiscitada con él, prueba el triunfo del analfabetismo. Y que los comunistas arrinconen la bandera nacional en favor de la tricolor, la de Lerroux, adoptada absurdamente en 1931 y fatalmente asociada a la guerra civil del 36-39, demuestra que del PCE del 77 no queda nada y que sus jefes son torvos indocumentados. Pero en honor del PCE del 68 al 77 –condena de la invasión de Praga, asumir el modelo del PCI– que es el que yo conocí, quiero recordar que si no sufrió para adoptar la bandera nacional en 1977 fue por una razón: porque, sin que sus jefes lo advirtieran y gracias a los jóvenes militantes, había dejado de ser el partido de Moscú y se había convertido en un partido español. Al rechazar Cayo Lara la soberanía del pueblo español y respaldar el separatismo catalán, el PCE vuelve a ser el partido del extranjero. Y ni siquiera el de Moscú: el de Barcelona. Con Stalin, el derecho de autodeterminación fue una forma de trocear estados burgueses para someterlos a la URSS. Pero incluso como proyecto criminal, la III Internacional tenía cierta grandeza. Esto no. Valderas, verdadero amo de IU, quiere unir directamente a Andalucía con Cuba y Venezuela. Y Cayo Lara va y deja de ser agente de la Komintern para convertirse en representante de los Pujol. ¡Qué degeneración! 
«Al rechazar Cayo Lara la soberanía del pueblo español, el PCE vuelve a ser el partido del
extranjero»
  • De Moscú a Barcelona

  • http://e-pesimo.blogspot.com.es/2013/05/firmas-federico-jimenez-losantos-e_31.html
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  • PREGUERÍAS
  • Vuelve la razón 

    No estamos del todo desamparados, parece. Hablo de los ciudadanos que consideramos que, cuando unas decenas de personas se juntan frente a tu casa para gritar contra ti, contra tus opiniones o decisiones políticas si eres diputado o miembro del Gobierno, y atemorizan a tu familia e incomodan a tus vecinos, te están sometiendo a una coacción inadmisible. Porque la expresión del desacuerdo ciudadano con la acción política se puede manifestar en la calle y puede ser todo lo multitudinaria y vehemente que se quiera. Pero el cerco al lugar donde uno vive y el amedrentamiento a tus próximos, sean familiares o no lo sean, no se puede despachar como lo hizo el juez Marcelino Sexmero, ignorando de plano la protección a los derechos de las víctimas que, aunque hayan tenido la mala suerte de tener cerca a alguien que se dedica a la política, también son hijos de Dios. 

    Es un alivio que la Fiscalía haya decidido recurrir la resolución. Pero resulta muy inquietante que su principal argumento jurídico sea el de que la concentración no había sido previamente comunicada a la autoridad administrativa. Porque, ¿qué habría pasado si lo hubiera sido? ¿No habría recurrido la Fiscalía? ¿Habríamos tenido entonces que aceptar sin rechistar las tesis del juez de instrucción, que archivó la denuncia del marido de Sáenz de Santamaría? 

  • Reconforta, sin embargo, leer la segunda parte del escrito del fiscal. Claro que los que se dedican a la actividad pública son, una vez que se bajan del coche oficial, unos ciudadanos de a pie cuya esfera privada debe ser tan respetada como la de cualquiera. Claro que invadir su intimidad es una coacción porque es una violencia moral ejercida sobre quienes, al no tener ninguna capacidad de actuación sobre el asunto del que se protesta, no tienen tampoco otra opción que la de la pasividad y la impotencia. Y claro que esa circunstancia es precisamente la que actúa como una potentísima palanca de presión sobre el político a cuya posición se oponen los concentrados.
    El fiscal ha puesto las cosas en su sitio al desenmascarar la figura que el juez había dibujado para tapar la realidad: que los que acuden a protestar ante las casas de los diputados o de los miembros del Gobierno eligen esos lugares porque saben muy bien, y tienen razón, que es ahí donde más les duele.
    El riesgo de la resolución de Sexmero era que, una vez bendecida judicialmente esta nueva modalidad de acoso público, la práctica se extendiera a cualquier asunto y a cualquier responsable público. O, directamente, a quien se le antojara cada día a cualquier puñado de cabreados. El recurso del fiscal nos ha devuelto la confianza en la supervivencia de lo razonable.


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