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Cuando un jardín te resulte triste y abandonado consuela al jardinero y aléjate del amo del lugar.

jueves, 31 de enero de 2013

Y aún así no son tiempos revolucionarios


(Increible pero cierto: no lo son, tiempos revolucionarios. No está todo el mundo en las calles, no arden edificios ni hay bajas entre nuestros cleptócratas. El silencio de los corderos solo se rompe en petit comité en casa o en el bar. Luego a pagar, a votarles y a callar)  

El fin de una era


Nací durante los años de hierro de la dictadura (cada vez más dictablanda) y no sé cuándo me tocará morir, si bien estoy convencido de que será durante el fin de una era que falsamente ha venido en llamarse democrática a partir de una Transición horrenda, por lo mal diseñada y peor llevada, en la que el socialismo abolió casi en sus inicios la imprescindible separación de poderes, lo que desvirtuaba hasta extremos insospechados cualquier valor democrático del que estuviese adornada. Por otra parte la derecha, a pesar de sus innumerables críticas de entonces y sus muchas promesas posteriores, es obvio que nunca se ha propuesto restablecer dicha separación, continuando de tal modo la elección de los altos cargos judiciales de acuerdo con lo que han venido decidiendo las formaciones políticas mayoritarias. ¡Porca miseria! La realidad es que a muchos nos ha tocado vivir de lleno en un régimen cleptocrático, es decir, en un mundo de latrocinio generalizado que comenzó incluso antes de la llegada del PSOE al poder y en donde la clase política, enriquecida lujuriosamente mediante corruptelas sin fin, no fue capaz de sentar las bases para que en España los ciudadanos adquiramos un mínimo de confianza en que sea posible vivir en un país digno, avanzado y justo y contemos con algún futuro en común.

El grito de "¡sálvese quien pueda!" hace mucho tiempo que sonó y los que hoy somos ya unos jubilados y dependemos de una pensión miserable (en mi caso después de 48 años de trabajo), encima tenemos la sospecha de que podríamos dejar de cobrarla algún día, como anuncian de continuo a partir de unas cuentas de la Seguridad Social igualmente dilapidadas. Incluso es mucho peor, hasta el extremo de considerarla angustiosa, la situación de los seis millones de desempleados, la sangrante cifra del 50% de los jóvenes desocupados y el millón y medio largo de familias con todos sus miembros en paro. Francamente, dan ganas de llorar y al mismo tiempo de rezar para que algunos políticos caigan fulminados como pago a su vileza. Perdón si suena a blasfemia.

Las instituciones del Estado hacen agua por todas partes: La monarquía se ha convertido en una casa de vodevil, con puertas que se abren y cierran de golpe a lo largo de sus pasillos, donde pueden apreciarse las infidelidades más aparatosas y los más jactanciosos latrocinios, cuyos promotores han venido formando parte de la familia real y usado el mayor descaro a la hora de exigir la mordida porque desde el primer momento se consideraban impunes. Ahora, con un duque consorte, o ya exduque, imputado en diversos delitos —que ya veremos si hay redaños para condenarlo y que dé con sus huesos en la trena—, no es que haya la sensación de que la Justicia ande renqueante, sino de que se encuentra paralizada, además de mediatizada y con unos cuantos jueces 'cagaos' de miedo. Lo que significa que cualquier juicio cuya sentencia debiera servir para ejemplificar lo que nunca debe hacerse (pongamos ese caso Pallerols que salpicó a la Unió de Durán) tarda entre 15 y 20 años en resolverse o acaba convertido en un cachondeo. A ese propósito recuerdo, sin adentrarme en el comportamiento actual de la familia Ruiz-Mateos, que el recurso sobre la expropiación de Rumasa, que se produjo en 1983, sigue pendiente del pago de su justiprecio después de casi 30 años. Y la justicia, ya se sabe, cuanto más lenta menos justicia es.

¿Quién tiene la culpa de semejante estado de cosas? Una casta política compuesta aproximadamente de 400.000 personas que, como se apuntó, desde la Transición para acá en lo único que ha pensado es en enriquecerse, adjudicándose sueldos de escándalo y repartiendo privilegios entre sus allegados, y todo ello a costa de un pueblo llano que no ha dejado de pagar y pagar. No digo que la totalidad de los políticos sean unos corruptos, pero como mínimo dan la sensación de cómplices. Cuando finalizó el franquismo había una numerosa clase media en España (razón principal de la paz social que se disfrutó durante décadas) que hoy tiende a desaparecer y a convertirse en clase indigente, dando lugar a que en nuestro país se comience a producir, si bien en sus inicios, la misma situación que se ha dado siempre en ciertas tiranías como Marruecos, donde sus habitantes (jamás ciudadanos) se componen de un 90-95% de pobres que malviven con lo justo, ya que a lo sumo los obreros ganan unos 130 euros al mes, y un 5-10% de millonarios acogidos a la sombra del sultán o de su numerosa parentela.

¿Qué está haciendo el Partido Popular para invertir tan nefasta tendencia hacia el empobrecimiento? Nada, absolutamente nada, puesto que su política económica está basada en el aumento de impuestos a todo bicho viviente (ahora incluso se habla de sangrar a Cáritas y a la Cruz Roja), en aplicar si acaso un pequeño recorte en los gastos de las administraciones (cuanto tiene tanto y tanto derroche donde recortar, comenzando por las Autonomías), y en facilitar la supervivencia, igualmente a costa de sangrarnos a todos, de unas entidades bancarias la mayoría de las cuales deberían de haber desaparecido como consecuencia de la bancarrota en que se encontraban al haber sido asaltadas y desvalijadas durante años por los políticos y los sindicalistas, ninguno de los cuales ha sido aún condenado.

Y todo esto, se quiera ver o no, constituye el fin de una era de la que aún no soy capaz de advertir cómo vamos a salir. Si además le sumamos el desafío enloquecido de un presidente catalán cuya región hace 30 años que se encuentra postrada en manos de los nacionalistas (ya abiertamente secesionistas), sin que don Tancredo Rajoy (que lo fía todo a la reacción contraria del empresariado catalán) haga un gesto mínimo para atajar la fragmentación de España, pues entonces solamente cabe reiterar que, con nuestra patria malherida y los mejores españoles puestos en fuga, ha llegado el fin de una era. Y es que jamás se dio una circunstancia en España donde tantos sinvergüenzas jodieran a tanta gente durante tanto tiempo. Y sin embargo... no son tiempos revolucionarios, ¡ésa es la lástima!.

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